jueves, 17 de enero de 2013

Mamografias a mi

Hace unos días me tuve que hacer una mamografía. Aquí en España la mamografía se realiza a partir de los 50 años en lo que yo llamo "pasar la ITV". A partir de esta edad, y cada dos años, si la cosa no va mal, las mujeres se someten a este suplicio. Y digo que si la cosa no va mal es porque si, por casualidad, te detectan alguna alteración tendrán que hacérselo más a menudo.

Yo, muchas veces cuando realizo actividades preventivas, me pregunto ¿Qué pensará un paciene que acude a la consulta de su médico de familia a contarle que esta primavera está teniendo síntomas que te hacen pensar que tienes alergia al pólen  si empezamos a hacer preguntas que aparetemente no vienen al cuento o pueden parecer intrascendentes?  Que si fumas, que si bebes, que si has tenido alguna vez la tensión alta, que cuándo te has hecho la última citología, que si hay que hacerle unos análisis para ver el colesterol, y los triglicéridos y el "nosequé" y de pronto....la temible mamografia. La mamografía es esa prueba que a todas las mujeres nos da mucho miedo. No sólo porque puede desvelar la presencia de una enfermedad grave, sino también por lo desagradable que es someterse a la misma.  La mayoría de las mujeres la describe como una experiencia desagradable. Pero si la prueba te la realiza un técnico sin escrúpulos, es realmente insoportable. Y mira tú por dónde, a mí me llegó ese momento con diez años de adelanto. Yo, de pequeña quería ser chico. No porque tenga problemas de identidad sino porque siempre le he visto más ventajas y más desde la menarquia, pero después de la experiencia me reafirmo aún más en ello.

Pues eso, que hace unos seis mese tuve que pasar por esta misma situación y hace unos días mi ginecóloga me dijo que tenía que volver a repetirla.

- ¿cómo?, ¿no es dentro de dos años?
 
- Bueno, eso es así si no pasa nada, pero en tu caso....

Vamos, que a la preocupación que tiene una de ver qué sale en el resultado se une la angustia de tener que pasar de nuevo por esta tortura china.

En aquella ocasión me recibió un técnico bastante seco y no precisamente por delgado. Más bien por antipático y borde. Además de decirme que me desnudase de cintura para arriba como el que dice, mire como cae la lluvia, me hizo mil preguntas sobre antecedentes familiares y personales sin ofrecerme siquiera una triste sábana para taparme mientras respondía a la entrevista. No me sentí precisamente una estrella de cine. Le pedí que me dejase una sábana para taparme pero me miró con tal cara de asombro que preferí no insistir.

Cuando terminó con la entrevista, me pidió que me acercase al potro de tortura y solicitó bastante antipaticamente que pusiera el pecho en un soporte, gélido como si lo acabasen de sacar del congelador.

-Vaya , qué frío está.

- Señora, acérquese más al mamógrafo. Tiene que apoyarse así, girar asá y aguantar sin moverse unos segundos.

¿Señora? pensé yo. Jopé ya sé que tengo 40 y pocos años pero me sonó fatal y encima la postura es digna de una contorsionista. Todo ello para que la glándula ( así la llamó) fuese más "accesible".

No entendí mucho lo que me dijo con los nervios que llevaba, pero antes de que pudiese preguntar nada, expandió, por decirlo de una forma delicada la glándula en cuestión con otra placa gélida con tal fuerza que pensé que aquello se trataba de una tortura medieval y que esa parte de mi cuerpo se separaba definitivamente de mí, como una célula dividiéndose por mitosis. Me imaginé en ese momento apretando contra el suelo, los .....del simpático sujeto con el libro más gordo de mi biblioteca particular, sí ese de 1500 páginas y al menos 2 kilos de peso. En esta postura tan incómoda como surrealista tienes que aguantar todo lo que puedas porque si no, la prueba sale mal y hay que repetirla. Y me juré a mí misma que hasta dentro de dos años por lo menos no me trituraban tan delicada parte de la anatomía femenina. ¿Qué se habrá pensado este?

Cuando terminó con una, vino la segunda fase. Como ya sabes lo que te espera, estás predispuesta a que aquello acabe lo antes posible por lo que obedeces a pie juntillas dejándote estrujar hasta que se queda del grosor de un folio. Estoy segura de que todas aquellas que han pasado por lo mismo saben perfectamente a qué me refiero.

Cuando terminó la tortura y mientras recogía lo que quedaba de mí, enrollándolo como si se tratase de papel, para que quedase a la altura original pensé en pedirle opinión a mis amigas sobre un buen cirujano para que me dejase otra vez la figura de una veinteañera.
 



El simpático sujeto, gordo como un tonel, puso la guinda del pastel de aquella experiencia surrealista, saliendo de la sala sin ningún reparo abriendo la puerta antes de que me diera tiempo a ponerme detrás del biombo mascullando algo así como " espere así, por si hay que repetirla". Menos mal que no había nadie en el pasillo que pudiera comprobar semejante espectáculo. Tenía la sensación de que me llegaban a las rodillas.

En cuanto cerró la puerta me vestí lo más rápido que pude porque desde luego no tenía ninguna intención de volver a pasar otra vez por lo mismo. No al menos esa tarde.

 

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