Hace unos meses, en una conversación con amigos, se planteó un debate sobre si el optimista nace o se hace. La conclusión final fue que el optimista nace y se hace. Pero voy a ir un paso más allá y diré que el optimista nace (depende de nuestro código genético), se hace (depende de cómo aprendemos a enfrentarnos a los problemas que nos surgen en la vida diaria), pero también depende de lo que come y de dónde viva.
Las enfermedades físicas, en nuestra sociedad, son políticamente más correctas y mejor aceptadas por la comunidad que las enfermedades de la mente o del alma. ¿Quién quiere pasar una tarde con un depresivo o con un distímico? Estas personas, sin motivo aparente, suelen estar siempre tristes y realmente no son una buena compañía.
Y he dicho en nuestra sociedad porque en otras culturas consideran que uno puede estar triste o desanimado porque su cuerpo ha sido invadido por un espíritu malo. Por lo tanto y a su manera, lo consideran una enfermedad o una pérdida de salud.
Es curioso que no damos el suficiente valor a las cosas hasta que no las perdemos y eso, exactamente eso mismo, pasa con la salud: no nos acordamos de lo importante que es hasta que la perdemos. En mi trabajo veo y he visto a lo largo de mis años de experiencia muchos casos de distimia o depresión endógena o depresión reactiva y el común denominador de todos ellos es que producen rechazo entre los que les rodean ya que, en la mayoría de los casos se piensa que están así por que quieren o porque son débiles. Pero no deja de ser un problema de salud nada desdeñable, no sólo por el padecimiento que genera en quién lo sufre sino por la frecuencia con la que se presenta. Según algunos estudios, los índices de depresión y ansiedad en todo el mundo se han triplicado en los últimos 20 años y en las consultas del médico de familia, aproximadamente tres cuartos de los pacientes consultan por ansiedad, apatía, irritabilidad o insomnio.
Pero he aquí que se ha demostrado que nuestro estado de ánimo, el vivir la vida como una fiesta o ver la botella medio llena en lugar de medio vacía tiene mucho que ver con lo que comemos, con nuestro código genético y con la cantidad de luz que recibimos cada día. Es decir, que hay una explicación bioquímica para que algunos cerebros tengan ilusión por la vida. De hecho, por todos es conocido que en los países nórdicos el porcentaje de depresivos y los índices de suicidio son mucho mayores que en los países de la cuenca mediterránea o en los países latinos, con mayor número de horas de sol al día.
Y es que nuestro estado de ánimo tiene mucho que ver con uno de esos pequeños y microscópicos ladrillos llamados aminoácidos tan necesarios para construir otras sustancias fundamentales para el correcto funcionamiento de nuestro organismo. Uno de estos pequeños ladrillos o aminoácido es el triptófano, que tiene la particularidad de ser considerado como esencial. Esto, traducido al castellano, significa que nuestro cuerpo no lo produce y debemos consumirlo a través de la dieta.
Si no se ingiere en cantidad suficiente, no tendremos suficientes ladrillos para producir sustancias fundamentales para mantener nuestro estado de ánimo arriba: la serotonina y la melatonina, neurotransmisores muy relacionados con nuestro estado de ánimo y con los patrones de sueño-vigilia.
Así que aunque el optimista nace también se hace y el hecho de que haya personas que frente a viento y marea mantienen siempre el estado de ánimo alto mientras otras, aparentemente sin motivo, lo mantienen continuamente bajo depende de nuestro código genético pero también de lo que comemos.
Para mayor INRI, el triptófano es el aminoácido esencial menos abundante en los alimentos de manera que la mayoría de los alimentos proteicos son deficitarios en él. Se encuentra en cantidades aceptables en la carne, el jamón, las anchoas, el queso parmesano, los huevos y las almendras.
Para ponerlo aún más difícil, hay importantes enemigos que dificultan la producción de serotonina y disminuyen los niveles de triptófano, como son las dietas muy ricas en maíz, la cafeína, el alcohol, la cafeína, algunos edulcorantes químicos como el aspartato y los productos denominados “Light”.
También depende de las horas de sol de que disponemos al día y de hecho se sabe que en otoño e invierno aumenta la incidencia de cuadros depresivos. Pero un factor fundamental es también el estrés. Se ha comprobado que el café, las anfetaminas, la fiebre, el hipertiroidismo, el embarazo, la pubertad, el estrés ambiental pueden disminuir los niveles de triptófano en sangre.
Por ultimo, no debemos olvidar los factores genéticos. Algunas personas tienen una subproducción genética de serotonina, agravada por todos los factores mencionados anteriormente.
El déficit de triptófano no sólo puede influir en el estado de ánimo, también puede producir trastornos neurológicos como la ataxia o alteración en la coordinación y se relaciona con la fibromialgia. En nuestro cerebro las principales estructuras serotoninérgicas, los núcleos pálido, oscuro, dorsal y tegmental están relacionados con el control del dolor.
Pero no queda ahí todo. La administración de triptófano se asocia a la reducción del apetito en pacientes deprimidos, elevan el azúcar en sangre, aumentan el aporte de glucosa al cerebro y disminuyen el apetito.
Así que nunca antes había cobrado tanto sentido la famosa sentencia: Somos lo que comemos.
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