Mi camino diario para ir a mi anterior trabajo pasaba por Plaza de España, Gran Vía, Cibeles, Alcalá y Puente de Ventas.
Es un paseo más que agradable a pesar del tráfico ya que para mí configura una de las vistas más hermosas de la ciudad de Madrid.
Por cierto, hablando del tráfico, haré un pequeño inciso. En Facebook hay un grupo llamado “En los atascos me pregunto porqué no habrá más madrileños por el mundo”, imagino que fruto de la desesperación de algún damnificado de la operación “ir a trabajar por las mañanas recorriendo Madrid de punta a punta”.
Bueno, como decía, a pesar del atasco disfrutaba cada día de una de las vistas más bonitas de la ciudad. Cada día descubría una imagen distinta del Palacio de Correos, hoy ayuntamiento de Madrid, porque la luz varía dependiendo del día, la hora, el tiempo y la época del año.
Siempre me arrepiento de no llevar la cámara encima aunque alguna vez móvil en mano he intentado captar alguna instantánea.
Aunque es un camino que conozco bien en coche, no me cansa nunca pasear a pie. Recuerdo especialmente una de las visitas que hicimos cerca del Palacio Real, un atardecer de primavera. Hacía una temperatura agradable, casi primaveral.
En Plaza España los narcisos adornaban el miniestanque que acompaña a las figuras de Don Quijote y Sancho Panza en el Monumento a Cervantes. Esta vez sí llevaba la cámara así que intenté captar esa imagen crepuscular.
Continuamos el paseo hacia la plaza de Oriente donde las estatuas de antiguos reyes de los reinos de España permanecían impasibles al paso del tiempo y de los visitantes.
Mis hijos, como siempre que pasamos, empezaron a leer los nombres, algunos imposibles para ellos, Ordoño, Sancha, Wilfredo, Alonso… y nos preguntaron por enésima vez quiénes son. Yo me sonreí mientras escuchaba a mi hijo de nueve años intentando leer Wilfredo, sobre todo, porque con su edad, mi padre ya se sabía de un tirón la lista de los reyes godos. Y es que hasta no hace mucho (yo creo que la generación de mi padre debió de ser de las últimas) a los niños se les obligaba a aprenderse de memoria la famosa lista. No debía se tarea fácil para un niño, teniendo en cuenta los nombrecitos que la componían: Ataúlfo. Sigérico, Walia, Teodorico, Turismundo, Alarico, Gesaleico, Amalarico, Theudis, Theudiselo, Agila, Atanagildo, Liuva, Leovigildo, Witérico, Gundemaro, Sisebuto,Suinthila, Sisenando, Khíntila, Tulga, Khindasvinto, Recesvinto, Ervigio, Wamba, Witiza y ......por último Rodrigo. Imagino que este último era el más fácil de recordar. Alguno de estos reyes no llegó a reinar más de siete días, sabiendo cómo se las gastaban en la Edad Media: a rey muerto, rey puesto, y no morían precisamente ancianos.
Pero el destino inicial de estas estatuas no era precisamente los jardines de esta plaza, sino las cornisas del majestuoso palacio real.
Los jardines de la Plaza de Oriente fueron el destino improvisado, junto a los Jardines de Sabatini, el parque de El Retiro, el Parque del Capricho y Puerta de Toledo en Madrid, de las 94 estatuas de reyes de España que se esculpieron con el objetivo de adornar las cornisas del Palacio Real de Madrid.
El palacio Real, denominado durante la época franquista Palacio de Oriente, se construyó donde antiguamente había una fortaleza árabe. A esta fortaleza le sustituyó un Alcázar que sucumbió a las llamas durante la Noche Buena del año 1734. Al parecer, este incendio fue acogido como una buena noticia por el rey Felipe V ya que quería edificar un palacio que consagrase la dinastía de los Austrias.
El primer proyecto, más que un palacio, suponía la construcción de una ciudad palatina. Diversos motivos como el espacio, el fallecimiento del arquitecto y el importante coste que suponía hicieron que el proyecto fuese desestimado. El proyecto definitivo es de Sacchetti. La primera piedra se puso el 4 de abril (bonita fecha, es mi cumple) de 1738. Debido a la complejidad del proyecto, ni Felipe V ni Felipe VI lo vieron finalizado.
Fue Carlos III el que estrenó el palacio aunque parece ser que no era de su agrado ya que lo consideraba pequeño. El estilo arquitectónico se encuadra en el barroco aunque ya anuncia el neoclasicismo. La planta del edificio es cuadrada con fachadas de 150 m de altura y un patio central. En las esquinas del palacio hay cuatro salientes que emulan a los antiguos torreones del alcázar. En la azotea, el palacio se corona con una balaustrada adornada con jarrones y, en el centro de cada fachada, escudos de las armas de la casa de los Borbones. En esta balaustrada se colocaron estatuas de reyes españoles desde los reyes visigodos hasta de los emperadores incas y aztecas ideados por Fray Martín Sarmiento. Inicialmente había 94 estatuas aunque Carlos III ordenó retirarlas por la Real Orden de 8 de febrero de 1760 ya que consideraba que el conjunto era demasiado barroco. La tradición dice, no obstante, que se temió que la cubierta no aguantase el peso y que la reina, Bárbara de Braganza, había soñado que el palacio se hundía por el excesivo peso.
Como ya he dicho, el destino improvisado de las estatuas fue, entre otros la Plaza de Oriente aunque algunas de ellas también viajaron fuera de Madrid, a otras provincias y hoy día se encuentran situadas en el Paseo de Sarasate de Pamplona, las de los reyes Navarros, y en el paseo del Espolón de Burgos.
Algunas adornan también los Jardines de Sabatini, situados al norte del palacio y que antiguamente ocupaban las caballerizas que construyó el arquitecto Sabatini para Carlos III.
Al oeste del palacio se encuentran los Jardines del Campo del Moro, proyectado en el siglo XIX y que actualmente aloja el Museo de Carruajes.
Aunque el Palacio Real es la residencia oficial de los Reyes de España Don Juan Carlos y Doña Sofía, desde 1962, fijaron su residencia en el palacio de la Zarzuela. No obstante las cenas de gala para recibir a los jefes de estado de otros países y los actos de Estado se celebran en el Palacio de Oriente. El último rey que vivió en el palacio fue Alfonso XIII y el último jefe de Estado fue Manuel Azaña, presidente de la Segunda República. En este último periodo se conoció como Palacio Nacional y, durante la época franquista se le conocía como Palacio de Oriente.
Pero no me voy a seguir metiendo en camisas de once varas ya que la historia no es mi territorio.
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