
Tres de ellas decidieron un plan. La de la derecha, con sombrero, llevaba la voz cantante e intentaba que las otras dos convenciesen a las demás de que los niños no merecían que ellas se esforzasen en hacer figuras fantásticas.
Que si un tren, que si un dragón, que si un pegaso…demasiado esfuerzo para que nadie lo valorase. Dicho y hecho, esa misma noche emprendieron su viaje. Pasaron días, pasaron semanas, pasaron meses. Durante el día, el sol brillaba con fuerza sin que ninguna nube evitase que sus rayos se estrellasen contra el suelo pedregoso.
Allí donde había ríos ahora sólo había un cauce seco lleno de rocas. Las plantas, los arbustos, las flores empezaron a desesperarse por la falta de agua y decidieron hacer una especie de invernación pero en verano, a la espera de tiempos mejores.

Mientras esperaba y oteaba por aquí y por allá, se dedicaba a estudiar diversas maneras de solucionar el problema. Decidió comenzar a dar flores y hojas carnosas dar cobijo a los pájaros que, desesperados, iniciaron un largo viaje busca de agua. Hasta que un día aparecieron unos niños.
Felices por haber encontrado una sombra decidieron tumbarse para descansar. Se tumbaron boca arriba, mirando la copa del árbol. Era una copa frondosa llena de flores de todos los colores. Parecía un arcoiris. Además, sus ramas estaban llenas de nidos que los pájaros que allí hacían escala, iban dejando a su partida.
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Ese era el secreto de que en mitad de aquel desierto hubiera un árbol tan hermoso. Algunas nubes se habían refugiado en él. ….Los niños al ver tanta belleza decidieron llamar a sus amigos. No lejos de allí había una aldea, en mitad del desierto donde también quedaba algún árbol y pozos de agua cada vez más secos.
Los niños comenzaron a ir cada tarde, a la salida de la escuela a tumbarse bajo la sombra del árbol y jugaban a imaginar figuras con aquellas nubes.

Pronto, más nubes, al saber que allí los niños jugaban con ellas, comenzaron a aparecer y no tuvo que pasar mucho tiempo para que alguno de aquellos arbustos comenzase a crecer y a dar ramas y hojas hasta convertirse en árbol.
Nuestro amigo el árbol estaba feliz. Gracias a sus raíces profundas, a la compañía, a veces fugaz, pero otras veces duradera de los pájaros que por allí pasaban y a las nubes que en lugar de marcharse decidieron permanecer entre sus ramas, pudo volver a dar vida y esperanza a aquella tierra pedregosa, y a aquellos niños.
Y todos ellos aprendieron que en momentos difíciles hay que aferrarse a nuestras raíces, mantenerse firme en nuestras convicciones y nuestros principios y con el paso del tiempo todo renace, seguro, con más fuerza.
Autor: Avefénix
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