Teniendo en cuenta que estamos en Cuaresma y que a lo mejor este año tampoco podré compartir las tradiciones de Semana Santa de Alcabón he pensado en las costumbres que hemos mantenido toda la vida en mi familia.
Siempre he vivido con intensidad tanto la cuaresma como la Semana Santa, con el convencimiento total de que es la semana más importante para un cristiano. La cuaresma comienza el miércoles de ceniza. Cada viernes cuando yo era pequeña comíamos el que ahora me parece maravilloso potaje, pero que por aquél entonces me parecía un auténtico suplicio. Mi madre dice que no sabe cocinar, pero es mentira y gorda. Cocina y muy bien, porque pone cariño y dedicación en cada plato que prepara.
El potaje, bien sea de garbanzos solo o de garbanzos con judías, lo borda. Con su huevo duro, su bacalao, sus espinacas. Además el viernes santo, dia en el cual ella hacía ayuno, hacía albóndigas de bacalao. He de decir, que este año aún no lo he probado ya que por motivos de horario no ha sido posible comerlo, pero estoy deseando que llegue el viernes santo, porque ese día no la libra ni San Pedro de prepararme una racioncita.
La repostería comenzaba el viernes de dolores, día en el que, además de hacer potaje para toda la familia, se encerraba en la cocina a preparar el cremoso arroz con leche y las torrijas. Una vez hechas, el siguiente paso era distribuirlo en tarteras para distribuir entre algún primo, sus hijos, y algún allegado deseoso de probar semejantes manjares.
No sé qué le pone ni cómo lo hace pero son realmente sublimes.
La Semana Santa comenzaba el Domingo de Ramos, "si no estrenas te quedas sin manos", día en el cual es tradicional estrenar algo (tradición que hace tiempo que no hemos cumplido porque como dice Eclipse estamos con un nuevo estilo de vida, el Spartan life).
Esta celebración es, junto con la Vigilia Pascual del sábado santo, una de las más largas, ya que se lee completa la Pasión de Cristo. Este día la iglesia se llena hasta arriba y también es tradicional que alguno se maree por el calor.
El año pasado,además, durante la celebración ocurrió un milagro. En la iglesia coincidimos con gente de toda la vida, con la que hemos tenido relación durante años y con la que, por motivos muchas veces absurdos y sin sentido, todo se ha ido enfriando. En un momento de la ceremonia el sacerdote nos invitó a intercambiar una parte del ramo que teníamos en la mano con alguno de los presentes y de pronto, hubo un movimiento de personas de acá para allá, buscando con quien intercambiar el ramo.
Yo me di de bruces con mis dos desencuentros, y, de pronto, se obró el milagro. Nos dimos cuenta de que en la balanza de debe y haber que cada uno teníamos había que desterrar el rencor y la duda y cargar de nuevo toda nuestra buena voluntad y nuestro cariño.
He de decir que fue un momento realmente único, como hacía tiempo que no vivía.
Creas o no, seas ateo o no, es fundamental encontrar un momento para la espiritualidad. Las palabras y los actos son responsables de la guerra, pero también del amor.
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