martes, 12 de marzo de 2013

Cuando la muerte irrumpe en escena

Por mi trabajo estoy en contacto estrecho con la vida, la muerte y el sufrimiento. Ya llevo unos años de experiencia y puedo ver cómo la tolerancia al dolor, mejor dícho al mínimo sufrimiento....bueno, seamos claros, a la mínima molestia, es nula.
Puesto que veo personas de todas las edades, culturas y religiones puedo hablar con cierto criterio.
Uno puede quejarse de la mínima y minúscula mancha que ni siquiera el ojo humano es capaz de ver porque no es estético, o del mínimo e insignificante síntoma producido por un rinovirus exigiendo a gritos una baja laboral de al menos una semana.
A ello se suma la escasa tolerancia a la frustración que puede ser esperar para ser atendido.
Sin embargo otras personas de mayor edad son capaces de esperar estoicamente su turno presentando mayores dolencias e indicandome amablemente que atendiera primero a un joven estresado que no puede esperar a ser atendido por alguna minudencia.
En este mar de colores a veces tengo contacto estrecho con personas con problemas realmente más serios y preocupantes. Comparto momentos alegres como la llegada a este mundo de un nuevo hijo o tristes por la desesperación de aquellos que no pueden sentir la bendicion que supone llevar una vida en tu interior mientras otros deciden voluntariamente y sin el menor reparo acabar en un momento con esa vida que comienza a gestarse.
Este mundo de contrastes esta semana está gris, aunque yo diría mejor que está negro. La balanza que equilibra los momentos de vida y los momentos de muerte de mi día a día se ha inclinado salvajemente hacia la muerte.
No obstante, la vida sigue, continúa hacia adelante y yo seguiré paseando por este arcoiris aunque en algún lugar de mi corazón y de mi cerebro, esta semana tendrá un recuerdo indeleble. De esos que a la mínima y sin darte cuenta reaparecen en tu cabeza, al escuchar un nombre, oir una canción o recordar una mirada. De esos que se acompañan de un estremecimiento como el experimentado al acompañar a la familia rota cuando la muerte irrumpió de madrugada o una lágrima, como las lágrimas derramadas por el compañero ausente mientras recogía sus cosas.

Como decía Mario Benedetti:

Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía.

Luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era un océano
la muerte solamente
una palabra

Ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en los cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros.

Ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.


Va por tí, por ellos.



 

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