Cada 11 de marzo, a las 8 de la mañana, el corazón me da un vuelco y es como si volviese a vivir aquel día de hace nueve años.
Aunque no visto color negro el luto me acompaña desde aquel momento y me acompañará durante el resto de mi vida.
Durante tres días, buscando a mi hija por los hospitales de Madrid, mantuve la esperanza de verla con vida pero ese milagro nunca sucedió…
Así me relataba su día a día la madre de una de las víctimas del 11 M.
Como el ser humano es tan predecible, era de esperar que pasado el tiempo, todos volviésemos a la normalidad de nuestra vida cotidiana y nos olvidásemos de todos aquellos que sufrían y sufren y sufrirán por la pérdida de un hermano, el padre, una hija, un hijo, una hermana, un amigo.
Aquel 11 de marzo, como cada día, sobre las 8 menos cinco llegaba a la madrileña Plaza de Cibeles para continuar mi trayecto por Alcalá hacia el trabajo. El atasco hizo que llegase más tarde de lo normal a este punto de mi trayecto. Allí tuvimos que esperar a que varios semáforos cambiasen del rojo al verde varias veces ya que se cortó el tráfico para permitir el paso de ambulancias y coches de policía.
El ruidoso ambiente de Madrid, al que los madrileños estamos habituados y ya casi no percibimos, se transformó en un estruendo de sirenas que no hacían presagiar nada bueno. Cambié la emisora que iba escuchando y con la que tenía costumbre de estudiar inglés para buscar otra que pudiese informarme de lo que estaba pasando. Al no encontrar nada llamé a casa de mis padres que me explicaron que había habido una explosión en la estación de Atocha pero no se sabía todavía el alcance de la tragedia.
Al llegar al centro de trabajo, normalmente colapsado por los pacientes, parecía desierto. Aunque las agendas estaban llenas faltó mucha gente y al ir conociendo la magnitud de lo sucedido sólo pensábamos en acudir a ayudar a dónde fuese más necesario.
Se nos recomendó permanecer en el centro por si derivaban heridos menores a los centros de salud aunque no fue necesario….en ese momento.
Días después nos fuimos encontrando con personas que o bien conocían a algún herido o bien sabían de alguien cercano que conocía a algún herido. Pero también nos llegaron padres que perdieron a sus hijos. Y ahí es donde nuestro trabajo fue y sigue siendo necesario.
Aunque para el resto este día prácticamente ya permanece a nuestra memoria y hoy, casi ha pasado desapercibido, para todos aquellos que sufrieron en primera persona el dolor inconmensurable y la rabia por vivir una situación tan desgarradora han vuelto a revivir, como el primer día, minuto a minuto, hora a hora, la desesperación de saber dónde estaba su hija, su hermano, su hermana, su padre, su marido, su hijo…
Por todos ellos y para que esto nunca jamás vuelva a suceder, me veo obligada a recordar este día.
Aunque no visto color negro el luto me acompaña desde aquel momento y me acompañará durante el resto de mi vida.
Durante tres días, buscando a mi hija por los hospitales de Madrid, mantuve la esperanza de verla con vida pero ese milagro nunca sucedió…
Así me relataba su día a día la madre de una de las víctimas del 11 M.
Como el ser humano es tan predecible, era de esperar que pasado el tiempo, todos volviésemos a la normalidad de nuestra vida cotidiana y nos olvidásemos de todos aquellos que sufrían y sufren y sufrirán por la pérdida de un hermano, el padre, una hija, un hijo, una hermana, un amigo.
Aquel 11 de marzo, como cada día, sobre las 8 menos cinco llegaba a la madrileña Plaza de Cibeles para continuar mi trayecto por Alcalá hacia el trabajo. El atasco hizo que llegase más tarde de lo normal a este punto de mi trayecto. Allí tuvimos que esperar a que varios semáforos cambiasen del rojo al verde varias veces ya que se cortó el tráfico para permitir el paso de ambulancias y coches de policía.
El ruidoso ambiente de Madrid, al que los madrileños estamos habituados y ya casi no percibimos, se transformó en un estruendo de sirenas que no hacían presagiar nada bueno. Cambié la emisora que iba escuchando y con la que tenía costumbre de estudiar inglés para buscar otra que pudiese informarme de lo que estaba pasando. Al no encontrar nada llamé a casa de mis padres que me explicaron que había habido una explosión en la estación de Atocha pero no se sabía todavía el alcance de la tragedia.
Al llegar al centro de trabajo, normalmente colapsado por los pacientes, parecía desierto. Aunque las agendas estaban llenas faltó mucha gente y al ir conociendo la magnitud de lo sucedido sólo pensábamos en acudir a ayudar a dónde fuese más necesario.
Se nos recomendó permanecer en el centro por si derivaban heridos menores a los centros de salud aunque no fue necesario….en ese momento.
Días después nos fuimos encontrando con personas que o bien conocían a algún herido o bien sabían de alguien cercano que conocía a algún herido. Pero también nos llegaron padres que perdieron a sus hijos. Y ahí es donde nuestro trabajo fue y sigue siendo necesario.
Aunque para el resto este día prácticamente ya permanece a nuestra memoria y hoy, casi ha pasado desapercibido, para todos aquellos que sufrieron en primera persona el dolor inconmensurable y la rabia por vivir una situación tan desgarradora han vuelto a revivir, como el primer día, minuto a minuto, hora a hora, la desesperación de saber dónde estaba su hija, su hermano, su hermana, su padre, su marido, su hijo…
Por todos ellos y para que esto nunca jamás vuelva a suceder, me veo obligada a recordar este día.
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