sábado, 3 de mayo de 2014

Madre no hay más que una

Suena a tópico típico pero yo tengo mis razones para pensar que la mía, es la mejor del mundo.
Nos ha enseñado que una sonrisa es la mejor respuesta a prácticamente todas las circunstancias de la vida.
Que, por muy mal que pinten las cosas, siempre hay una salida.
Que todo el mundo merece una segunda oportunidad. Incluso una tercera, una cuarta, e, incluso, infinitas segundas oportunidades.
Que es posible llevarse bien con todo el mundo. Sólo hace falta un poco de voluntad y muchas dosis de paciencia. Y que no pasa nada por poner de nuevo la otra mejilla.
Que a pesar de todo lo que nos trae la vida, siempre hay motivos para ser feliz y dar lo mejor de nosotros mismos.
Que existe el amor incondicional y que es posible ser nosotros mismos sin morir en el intento.
Que una madre siempre tiene la puerta abierta para recibir a sus retoños. No importa el momento, ni el lugar ni la hora.
Que una madre te dirá siempre lo que necesitas escuchar, y no lo que quieres oír.
Que nunca es lo suficientemente tarde para comenzar un nuevo proyecto.
Que nunca se debe perder un sueño.
Que un hijo no es nunca lo suficientemente mayor como para no necesitar acurrucarse entre sus brazos ni recibir su consejo.
Que un hijo no es nunca lo suficientemente grande para necesitar su cuidado.
Que para sobrevivir a esta locura cotidiana es necesario conservar una parte del niño que fuiste.

Daría miles de motivos.
Y siempre me quedaría corta.
Porque madre, no hay más que una. Y la mía, es la mejor de todas.
Feliz día de la madre y millones de gracias por ser y por estar.





Y yo...con estos pelos


Estoy agotada. Llevo un ritmo que no es normal. Son las 12 menos 20 de la noche y aún sigo dando vueltas poniendo lavadoras, recogiendo, organizando comidas. Pero escribir me relaja así que he dejado la plancha por un momento y aquí estoy.
Este fin de semana hemos estado en Oviedo. Asturias es una de las joyas de España. 

Es pasar el Puerto de Pajares y la meseta, llana, verde en primavera pero dorada en verano, se transforma en montañas llenas de verdes prados y casitas de diversos colores dispersas por sus laderas.
Es inevitable exclamar ante tanta hermosura.
Si tienes suerte, no llueve y puedes disfrutar de una fiesta de colores gracias a los rayos del sol. Pero la lluvia es un fenómeno demasiado frecuente. Aún recuerdo aquellos quince días del mes de agosto, hace ya 14 años, en los que no dejó de llover ni un sólo día. 
Volviendo a nuestro viaje de ahora.... el sábado partimos a Oviedo. Íbamos de boda a la catedral y haciendo caso omiso de mi experiencia previa y de los pronósticos del instituto de metereología escuché lo que quería oir de boca de mi madre: Hace un tiempo fantástico, yo tengo hasta calor.
Y claro! dejé bien escondidito en el armario, no se fuese a marear en el viaje, el vestido que inicialmente había seleccionado para el evento.
En su lugar cogí el vestido naranja de la boda de mi hermano pequeño.He de decir que mi hermano pequeño se casó a primeros de septiembre en Madrid por lo que el tiempo sí acompañaba para lucirlo con mis sandalias doradas.
Cuando pasamos el puerto esta vez la exclamación se debió al tremendo frío que allí había. Los neveros de las cumbres estaban a sus anchas a tan bajas temperaturas y, ante su visión, yo empecé a temblar pensando en mi trajecito de verano. Y en mis sandalias. Y en que se me había olvidado coger algo de abrigo. Pero ya no había remedio. El tiempo apremiaba y no era cuestión de volver a Madrid a esas alturas.
El hotel estaba cerca de la catedral por lo que el paseillo en mi vestido de tirantes fue corto. Iba tan preocupada en no tropezar con mis taconazos que casi no me dí cuenta del frío que hacía hasta que observé a las demás damas con sus vestidos de fiesta acompañados de chaquetillas de piel. 
Qué exageradas! pensé yo, mientras me subía un enorme sofoco producido quizá por el chorizo a la sidra que había tomado para comer en una sidrería cerca del hotel.
Mientras me daba el sofoco oí a un conocido elogiar mi valentía comparándome con su friolera acompañante que se protegía con una chaqueta y un chal a los que se aferraba como si alguien se los fuese a quitar. Otra conocida, refugiada en su chaqueta y en su estola de piel de vetetúasaberqué me indicó que debía abrigarme ya que en la catedral hacía frío.
Fríos a mí......Si yo soy una chica fuerte....total casi estamos en Mayo.
La ceremonia fue tan emotiva con ese coro cantando el Aleluya de Haendel o el Ave María de Schubert que no me volví a acordar de mi atrevimiento hasta la salida.
Llovía a cántaros. Menos mal que sí llevaba paraguas. El sofoco me había abandonado definitivamente y el frío comenzaba a apoderarse de mí comenzando por mis pies hasta la cabeza.
Como pude, intentando no resbalarme con los taconazos, volví al hotel a buscar algo de abrigo y unos zapatos más adecuados.
Ya había lucido modelito así que dejé la coquetería a un lado para buscar comodidad. Todavía me faltaba el cóctel, la cena, el baile...y no era cuestión de perder el tiempo en tonterías.
Regresé al hotel pasadas las cinco de la mañana. Dormí alrededor de cuatro horas y aún me quedaron ganas de visitar algo de prerrománico a la mañana siguiente.. Al fin y al cabo la mañana se levantó espléndida y soleada. Casi me atrevo a decir que calurosa. Me hubiera quedado definitivamente allí, oyendo la nada, disfrutando de los rayos de sol, contemplando esos fantásticos monumentos que son Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, pero mis obligaciones me esperaban en Madrid.




Por cierto.....voy a seguir planchando. Hay cosas que no perdonan.

jueves, 3 de abril de 2014

El primer día del resto de tu vida

Te encuentras delante de una maleta vacía  decidiendo, libreta en mano, qué elegir y qué no para poner dentro.
Sabes que tendrás que cargar durante un largo viaje con ella y tu espalda no está ya para llevar demasiado peso así que no es fácil decidir.
En tu armario, repleto de recuerdos, algunos están tan deteriorados que tienes la sensación de que nunca vas a poder utilizarlos de nuevo.



Pero cuando evocas los momentos que hay detrás de cada uno de ellos siempre encuentras un motivo para guardarlo pensando que algún día serán útiles de nuevo.
Y vuelves a cargar con ellos.
Pero esta vez es un viaje de no retorno.
No tienes espacio para llevar objetos inútiles.
No tienes tiempo para decidir con la balanza de tu corazón y tu cerebro.

Eres consciente de que si siempre repites los mismos actos, alimentados con los mismos sentimientos y los mismos recuerdos, recorrerás siempre los mismos senderos.
Y esa sensación de ir siempre cargada con toneladas métricas de sentimientos inútiles y frustrados te obliga a tomar una decisión rápida e inesperada.
Decides romper con todo y vaciar tu almacén de objetos perdidos en el recuerdo para cargar tu maleta de nuevos sueños y nuevas experiencias.
Cierras la puerta sin saber seguro hacia dónde te llevarán tus pies.
Pero, por primera vez, te sientes realmente ligera.
Hoy es el primer día de todos aquellos que te quedan por vivir y no tienes intención alguna de malgastar la oportunidad de vivirlo con intensidad.




Still falling
Breathless and on again
Inside today
Beside me today

Around broken in two
Till your eyes shed into dust
Like two strangers turning into dust
Till my hand shook with the weight of fear

I could possibly be fading
Or have something more to gain
I could feel myself growing colder
I could feel myself under your fate
Under your fate

It was you breathless and torn
I could feel my eyes turning into dust
And two strangers turning into dust
Turning into dust

Into dust. Mazzy Star





jueves, 20 de marzo de 2014

Por favor, no me dejes caer



"Doctora, no sé bien qué es lo que me pasa. Lo único que sé es que tengo miedo de cometer una locura. Hace dos días me di cuenta de que estaba pensando fríamente cómo quitarme de en medio. Por favor no me deje caer".

Así de rotundo. Sin anestesia.

Y tú, consciente de la hora y media de retraso que llevas, sabes que no puedes limitarte a hacer una interconsulta con el psiquiatra o a extender una receta de antidepresivos cuando alguien te plantea un reto así porque cada día son más las personas que consultan por problemas emocionales, crisis de ansiedad, cuadros depresivos, sobrecargas familiares, problemas de acoso en el trabajo. Muchos de los problemas físicos que vemos en la consulta del médico de familia son somatizaciones. Y la mayoría de ellos no deben ser tratados sólo con pastillas.

Como he dicho más veces, ante una consulta así se para el tiempo, se descuelga el teléfono y te aseguras que nadie interrumpa este momento único en el que un ser humano reconoce la debilidad y la fragilidad más extrema para pedir que le tiendas la mano. Para poder explorar en el interior de la persona que tienes delante y dilucidar por dónde ayudarla a encontrar sus recursos para encontrar la luz de nuevo.

A todo ello se suma el hecho de que nosotros, que somos personas y tenemos nuestros propios problemas, también tenemos nuestras dificultades para mantener el alma serena, creer en el futuro y ser capaz de transmitir optimismo y serenidad a los demás.

Pero creo que el medico de familia, más que nadie, está obligado a ello.

Es nuestra obligación mantener la calma, dar a cada uno su tiempo, escuchar sus problemas y atender sus dolencias de la manera más eficaz posible, siendo conscientes de que no podemos dar respuesta a todos sus problemas ni cura para todas sus enfermedades.

La medicina no lo sabe todo ni lo cura todo.

La medicina muchas veces sólo sirve para paliar, cuidar y acompañar.

Y es nuestra obligación estar preparados para acompañar, para escuchar y para guiar, porque no sólo con pastillas se debe tratar la enfermedad. A pesar de que cada día vemos mas pacientes debido a esos recortes.

No les neguemos al menos esos momentos en los que se pueden sentir atendidos y escuchados, ni desaprovechemos la oportunidad para brindarles nuestra ayuda.




martes, 4 de marzo de 2014

La paz, esa frágil paloma


Conozco varias familias destrozadas por conflictos armados que pueden parecer lejanos pero que, en realidad, están mas cerca de lo que creemos.
 
Hombres y mujeres que tienen familia en Siria, Egipto o Ucrania. Conflictos que parecen no ir con nosotros hasta que, de pronto, se hacen presentes en sus rostros y en sus miradas de desaliento. La desesperación y la angustia de no saber qué suerte corren los seres que más queremos, no entiende de culturas ni religiones.

No hace mucho atendí a una paciente de Siria que había viajado recientemente a su país y que aún sentía el miedo en su interior recordando lo que allí había vivido. La angustia de dejar a sus familiares más allegados en un país en guerra está presente en cada minuto de su día a día.

Ayer, una paciente de Ucrania me dijo: "Doctora, qué triste estoy por todo lo que está sucediendo. Tengo allí familiares y amigos y vivo angustiada por ellos. Mi hija y mis nietos viven constantemente angustiados por lo que puede suceder.Por favor, rece por la paz de mi país".

Así será. No lo dudes.

Aunque no sé hasta dónde puede llegar esta locura tan humana llamada ambición.


lunes, 24 de febrero de 2014

¿Es posible amar a quién nos desprecia?

Qué difícil es amar a nuestros "enemigos". A quienes nos desprecian sistemáticamente o nos ningunean. A quienes nos apartan de su lado. O a aquellos que, simplemente, nos caen mal o no soportamos. A quienes, por mucho que lo intentemos nos dan la espalda.
Es algo que cuesta. Y mucho.




Pero, hasta los santos tienen sus inquietudes y sus luchas internas así que no está todo perdido, ¿no?

"Hay en la comunidad una hermana que tiene el don de desagradarme en todo. Sus modales, sus palabras, su carácter me resultan sumamente desagradables. Sin embargo, es una santa religiosa, que debe de ser sumamente agradable a Dios.
...
Entonces, para no ceder a la antipatía natural que experimentaba, me dije a mí misma que la caridad no debía consistir en simples sentimientos, sino en obras, y me dediqué a portarme con esa hermana como lo hubiera hecho con la persona a quien más quiero. Cada vez que la encontraba, pedía a Dios por ella, ofreciéndole todas sus virtudes y sus méritos.

Sabía muy bien que esto le gustaba a Jesús, pues no hay artista a quien no le guste recibir alabanzas por sus obras. Y a Jesús, el Artista de las almas, tiene que gustarle enormemente que no nos detengamos en lo exterior, sino que penetremos en el santuario íntimo que Él se ha escogido por morada y admiremos su belleza.

No me conformaba con rezar mucho por esa hermana que era para mí motivo de tanta lucha. Trataba de prestarle todos los servicios que podía; y cuando sentía la tentación de contestarle de manera desagradable, me limitaba a dirigirle la más encantadora de mis sonrisas y procuraba cambiar de conversación.



Con frecuencia también… como tenía que mantener relaciones con esta hermana a causa del oficio, cuando mis combates interiores eran demasiado fuertes, huía como un desertor.

Como ella ignoraba por completo lo que yo sentía hacia su persona, nunca sospechó los motivos de mi conducta, y vive convencida de que su carácter me resultaba agradable.

Un día, en la recreación, me dijo con aire muy satisfecho más o menos estas palabras: “¿Querría decirme, hermana Teresa del Niño Jesús, qué es lo que la atrae tanto en mi? Siempre que me mira, la veo sonreír”. ¡Ay!, lo que me atraía era Jesús, escondido en el fondo de su alma... Jesús, que hace dulce hasta lo más amargo...

SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS (Manuscrito autobiográfico C 13 v°-14 r°)

Carmelita descalza, doctora de la Iglesia. (1873-1897)



viernes, 7 de febrero de 2014

La caída



 Hoy he recibido una mala noticia. No estoy seguro de que sea la peor de todas las que he tenido hasta ahora. Lo que sí sé es que ha colmado mi vaso de malas noticias de los últimos meses.  Aun así, he sacado fuerzas de donde no tengo para acudir a la cita de cada semana con mi médico de familia. Creo que es el único momento en el que realmente puedo ser yo y mostrar mi flaqueza. En el que puedo hablar con franqueza de mis sentimientos y de mis problemas porque me deja hablar sin juzgarme, sin dirigirme, sin gritarme. Muy distinto de cómo me he sentido tratado en los últimos años. 

El camino se ha hecho interminable. Pensé por un momento que llegaría tarde o, incluso, que no llegaría.

Cada paso se hacía un mundo. Era como si llevase una pesadísima mochila a la espalda que me impidiera mantenerme en pie y caminar.

No quiero mirar atrás porque tengo la sensación de que a cada paso que doy el suelo que acabo de pisar se va desmoronando a mis espaldas. Tengo la necesidad de quitarme la mochila de la espalda. Es una necesidad cada vez más intensa y angustiosa pero me resulta imposible hacerlo. Es como si estuviera pegada a mí, piel con piel. No puedo desprenderme de ella. Es una sensación rara. Pero sigo tirando de mí para llegar a mi cita.
No sé dónde ir. No sé dónde mirar. No sé dónde agarrarme para no caer. Siento que ahora sí estoy hundido, tengo la sensación de que nunca, nunca, nunca, NUNCA volveré a ser feliz.
Por fin llego a la sala de espera. Me siento y, de pronto, me doy cuenta de que la poca fuerza que tenía y que ha permitido que llegue hasta allí se me está yendo de las manos. Noto que estoy cayendo. La vida está llena de días de rosas y días de espinas pero tengo la sensación de que últimamente todo han sido espinas y ninguna rosa.
Me siento como si estuviera haciendo una carrera de obstáculos sin entrenamiento previo. A lo largo de mi vida he tenido que sortear muchas dificultades. El primer obstáculo lo pasas bien. Sin embargo, el segundo, el tercero, ya van pesando y los pasas peor. Pero sigues porque piensas que la meta está cerca. Que la buena suerte, por fin, está llamando a tu puerta. Pero, de pronto, te das cuenta que a cada obstáculo que pasas te esperan dos o tres más y en uno de ellos, que no tiene porqué ser el más grande ni el más difícil ni el más grave, te caes. Y te caes porque ya te pilla sin fuerzas. 


Este momento, en el que caes y ya no sientes fuerzas ni ánimos para levantarte, es el más duro. Porque ahora ya sí que no tienes nada de energía para volver a ponerte en pie. Porque te sientes frágil y vulnerable y porque piensas que los demás pasan a tu alrededor mirando para otro lado como si no les importase tu caída. 

Pero este momento te puede, te debe, servir de mucho. Te sirve para darte cuenta de muchas cosas, para reflexionar. Para pensar cómo eran los anteriores obstáculos que fuiste pasando sin pensar ni meditar. Para sentir cómo estás. Es un momento único, para pensar en ti mismo, en cuidarte, en mimarte, para quitarte las agujetas que tienes de las carreras anteriores. Para retomar fuerzas que te permitan continuar hasta la meta. Para reconocer todas las manos que se tienden para ayudarte en tu camino de forma desinteresada.

Porque si miras bien, siempre hay personas dispuestas a compartir tu carga, a escucharte.

No importa el tiempo que te lleve levantarte. Llegar rápido a la meta no es lo importante ahora. Lo importante es recuperarte de tu caída y levantarte con más fuerza. Debe ser, ni más ni menos, el tiempo suficiente para seguir adelante más fuerte, con optimismo, con más sabiduría. 
 

Me doy cuenta de que hasta ahora no había dedicado el tiempo a meditar sobre mi vida, mis experiencias, mis sentimientos, o los anteriores obstáculos. Pero realmente necesito tiempo para reencontrar mi paz interior. Para volver a ser yo mismo. Para reconocer cuales son las fortalezas que me pueden hacer salir de este agujero que no parece tener fondo y en el que cada vez estoy más y más hundido.

 Mi médico de familia me está cogiendo del brazo a la vez que repite mi nombre una y otra vez. Creo que llevo un rato escuchando sus palabras como si fuera una voz en off pero no le había prestado atención. En cuanto he notado su mano sobre mi brazo, sus palabras se hacen más cercanas y consiguen sacarme de mis pensamientos. Me levanto y le sigo hasta la consulta.

Puedo sentir los ojos de muchas de las personas que se encuentran en la sala de espera pegados en mí pero ya no me importa lo que piensen los demás.

Acabo de darme cuenta de que estoy mucho peor de lo que yo creía y de que realmente necesito que alguien me tienda la mano para levantarme y seguir adelante.











martes, 4 de febrero de 2014

Tengo miedo

Tengo miedo. Sé que me queda poco tiempo. Lo presiento porque cada vez tengo menos fuerzas y mi cuerpo deja, poco a poco de funcionar. Lo noto en las miradas tristes y cabizbajas de todos aquellos a los que quiero y que rehúyen mi mirada y mis palabras. Sólo insisten en que tengo que comer, en que me pondré mejor, sin darse cuenta de que lo único que quiero es que se queden a mi lado, me cojan la mano y me acompañen en este duro trance. Que me entiendan.
No quiero ser egoísta. Sé que para ellos también es duro. Estoy convencido de que ellos también saben que me queda poco tiempo y que lo único que hacen es luchar de todas las formas posibles para arrancar un segundo más de mi vida en este mundo. Me gustaría ser valiente. Tomarles de la mano y decirles que no tengo miedo a morir.
Que mi miedo es a no poder vivir con ellos todos esos momentos que les queda por disfrutar.
Tengo miedo a haber malgastado mi vida y a no haberles dicho las suficientes veces que les quiero.
A no haberles dedicado todo el tiempo que yo quería y ellos necesitaban.
A desaparecer y no dejar el mínimo recuerdo cuando me haya ido.
A no haber vivido con la suficiente intensidad cada momento de alegría compartido.
A no haber dedicado a todo el que lo necesitaba mi atención y mi ayuda.
A no haber sido buena persona, con todo lo que esta expresión implica.
Tengo miedo y no me atrevo a decirles que no quiero irme y perderme el resto de sus vidas. La primera novia o el primer día de universidad de mis nietos, sus éxitos y sus fracasos. Ya no podré estar con ellos cuando la vida les haga tambalearse y caer y necesiten una mano desinteresada para volver a levantarse.
Tengo miedo, y no me atrevo a decírselo porque sé que ellos también lo tienen.





viernes, 3 de enero de 2014

Ya vienen los Reyes Magos, ya vienen los Reyes Magos....

Queridos Reyes Magos:


Ya sabéis, porque me conocéis desde hace mucho tiempo, que ya hace años que no pido nada para mí.
Pero este año sí me he decidido a escribiros una carta con mis peticiones, adelantándome a mi hermano pequeño, que es el que suele hacerlo por todos.
El 2013 ha sido un mal año. Es posible que desde hace más de una década, cada uno de los años que hemos ido terminando han tenido el mismo calificativo. Pero a mí me da la sensación de que este ha sido especialmente malo.
Hasta ahora, muchas de las malas noticias que nos cuentan en los medios de comunicación parecían no afectarnos directamente pero durante el 2013 yo sí le he puesto cara a muchas de ellas.
1. Guerra: conozco varias familias destrozadas por conflictos armados que parecen lejanos a nosotros como Siria o Egipto,  pero que de pronto se hacen presentes en sus rostros y en sus miradas de desaliento. La desesperación y la angustia de no saber qué suerte corren los seres que más queremos, no entiende de culturas ni religiones.
2. Paro, miseria, hambre: muchas personas que están más cerca de nosotros de lo que podemos imaginar, no tienen lo suficiente para llegar a final de mes ni para tener un techo en el que cobijarse, ni se sienten dignos por no tener un trabajo para poder sacar adelante a sus familias sin tener que pedir ayuda a otros.
3. Desarraigo: en la cara de tantos emigrantes e inmigrantes que conozco. Muchos de ellos solos, sin familia y, a veces sin amigos, cerca con los que compartir tantos momentos cotidianos.
4. Enfermedad: vivir una enfermedad grave o incurable en las propias carnes o en la de un ser querido es una experiencia devastadora. Y más cuando a ello se suma la soledad de ser inmigrante sin familiares cerca.
5. Desencuentros, rupturas de pareja.
6. Violencia de género.
7. Pérdida de un ser querido. Más dura aún cuando se trata de un hijo.
 
 
Podría seguir enumerando tantas situaciones que son más cotidianas de lo que podemos imaginar que no tendría fin y me imagino que tenéis que leer muchas más peticiones.
 
Yo no quiero pedir para mí nada más que una cosa: fuerza para seguir tendiendo la mano a todos los rostros que tengo en mi mente al escribir esta carta.
 
Espero que seáis generosos conmigo y me traigáis un saco bien grande.