Nos ha enseñado que una sonrisa es la mejor respuesta a prácticamente todas las circunstancias de la vida.
Que, por muy mal que pinten las cosas, siempre hay una salida.
Que todo el mundo merece una segunda oportunidad. Incluso una tercera, una cuarta, e, incluso, infinitas segundas oportunidades.
Que es posible llevarse bien con todo el mundo. Sólo hace falta un poco de voluntad y muchas dosis de paciencia. Y que no pasa nada por poner de nuevo la otra mejilla.
Que a pesar de todo lo que nos trae la vida, siempre hay motivos para ser feliz y dar lo mejor de nosotros mismos.
Que existe el amor incondicional y que es posible ser nosotros mismos sin morir en el intento.
Que una madre siempre tiene la puerta abierta para recibir a sus retoños. No importa el momento, ni el lugar ni la hora.
Que una madre te dirá siempre lo que necesitas escuchar, y no lo que quieres oír.
Que nunca es lo suficientemente tarde para comenzar un nuevo proyecto.
Que nunca se debe perder un sueño.
Que un hijo no es nunca lo suficientemente mayor como para no necesitar acurrucarse entre sus brazos ni recibir su consejo.
Que un hijo no es nunca lo suficientemente grande para necesitar su cuidado.
Que para sobrevivir a esta locura cotidiana es necesario conservar una parte del niño que fuiste.
Daría miles de motivos.
Y siempre me quedaría corta.
Porque madre, no hay más que una. Y la mía, es la mejor de todas.
Feliz día de la madre y millones de gracias por ser y por estar.
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