Tengo miedo. Sé que me queda poco tiempo. Lo presiento porque cada vez tengo menos fuerzas y mi cuerpo deja, poco a poco de funcionar. Lo noto en las miradas tristes y cabizbajas de todos aquellos a los que quiero y que rehúyen mi mirada y mis palabras. Sólo insisten en que tengo que comer, en que me pondré mejor, sin darse cuenta de que lo único que quiero es que se queden a mi lado, me cojan la mano y me acompañen en este duro trance. Que me entiendan.
No quiero ser egoísta. Sé que para ellos también es duro. Estoy convencido de que ellos también saben que me queda poco tiempo y que lo único que hacen es luchar de todas las formas posibles para arrancar un segundo más de mi vida en este mundo. Me gustaría ser valiente. Tomarles de la mano y decirles que no tengo miedo a morir.
No quiero ser egoísta. Sé que para ellos también es duro. Estoy convencido de que ellos también saben que me queda poco tiempo y que lo único que hacen es luchar de todas las formas posibles para arrancar un segundo más de mi vida en este mundo. Me gustaría ser valiente. Tomarles de la mano y decirles que no tengo miedo a morir.
Que mi miedo es a no poder vivir con ellos todos esos momentos que les queda por disfrutar.
Tengo miedo a haber malgastado mi vida y a no haberles dicho las suficientes veces que les quiero.
A desaparecer y no dejar el mínimo recuerdo cuando me haya ido.
A no haber vivido con la suficiente intensidad cada momento de alegría compartido.
A no haber dedicado a todo el que lo necesitaba mi atención y mi ayuda.
A no haber sido buena persona, con todo lo que esta expresión implica.
Tengo miedo y no me atrevo a decirles que no quiero irme y perderme el resto de sus vidas. La primera novia o el primer día de universidad de mis nietos, sus éxitos y sus fracasos. Ya no podré estar con ellos cuando la vida les haga tambalearse y caer y necesiten una mano desinteresada para volver a levantarse.
Tengo miedo, y no me atrevo a decírselo porque sé que ellos también lo tienen.
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