sábado, 3 de mayo de 2014

Y yo...con estos pelos


Estoy agotada. Llevo un ritmo que no es normal. Son las 12 menos 20 de la noche y aún sigo dando vueltas poniendo lavadoras, recogiendo, organizando comidas. Pero escribir me relaja así que he dejado la plancha por un momento y aquí estoy.
Este fin de semana hemos estado en Oviedo. Asturias es una de las joyas de España. 

Es pasar el Puerto de Pajares y la meseta, llana, verde en primavera pero dorada en verano, se transforma en montañas llenas de verdes prados y casitas de diversos colores dispersas por sus laderas.
Es inevitable exclamar ante tanta hermosura.
Si tienes suerte, no llueve y puedes disfrutar de una fiesta de colores gracias a los rayos del sol. Pero la lluvia es un fenómeno demasiado frecuente. Aún recuerdo aquellos quince días del mes de agosto, hace ya 14 años, en los que no dejó de llover ni un sólo día. 
Volviendo a nuestro viaje de ahora.... el sábado partimos a Oviedo. Íbamos de boda a la catedral y haciendo caso omiso de mi experiencia previa y de los pronósticos del instituto de metereología escuché lo que quería oir de boca de mi madre: Hace un tiempo fantástico, yo tengo hasta calor.
Y claro! dejé bien escondidito en el armario, no se fuese a marear en el viaje, el vestido que inicialmente había seleccionado para el evento.
En su lugar cogí el vestido naranja de la boda de mi hermano pequeño.He de decir que mi hermano pequeño se casó a primeros de septiembre en Madrid por lo que el tiempo sí acompañaba para lucirlo con mis sandalias doradas.
Cuando pasamos el puerto esta vez la exclamación se debió al tremendo frío que allí había. Los neveros de las cumbres estaban a sus anchas a tan bajas temperaturas y, ante su visión, yo empecé a temblar pensando en mi trajecito de verano. Y en mis sandalias. Y en que se me había olvidado coger algo de abrigo. Pero ya no había remedio. El tiempo apremiaba y no era cuestión de volver a Madrid a esas alturas.
El hotel estaba cerca de la catedral por lo que el paseillo en mi vestido de tirantes fue corto. Iba tan preocupada en no tropezar con mis taconazos que casi no me dí cuenta del frío que hacía hasta que observé a las demás damas con sus vestidos de fiesta acompañados de chaquetillas de piel. 
Qué exageradas! pensé yo, mientras me subía un enorme sofoco producido quizá por el chorizo a la sidra que había tomado para comer en una sidrería cerca del hotel.
Mientras me daba el sofoco oí a un conocido elogiar mi valentía comparándome con su friolera acompañante que se protegía con una chaqueta y un chal a los que se aferraba como si alguien se los fuese a quitar. Otra conocida, refugiada en su chaqueta y en su estola de piel de vetetúasaberqué me indicó que debía abrigarme ya que en la catedral hacía frío.
Fríos a mí......Si yo soy una chica fuerte....total casi estamos en Mayo.
La ceremonia fue tan emotiva con ese coro cantando el Aleluya de Haendel o el Ave María de Schubert que no me volví a acordar de mi atrevimiento hasta la salida.
Llovía a cántaros. Menos mal que sí llevaba paraguas. El sofoco me había abandonado definitivamente y el frío comenzaba a apoderarse de mí comenzando por mis pies hasta la cabeza.
Como pude, intentando no resbalarme con los taconazos, volví al hotel a buscar algo de abrigo y unos zapatos más adecuados.
Ya había lucido modelito así que dejé la coquetería a un lado para buscar comodidad. Todavía me faltaba el cóctel, la cena, el baile...y no era cuestión de perder el tiempo en tonterías.
Regresé al hotel pasadas las cinco de la mañana. Dormí alrededor de cuatro horas y aún me quedaron ganas de visitar algo de prerrománico a la mañana siguiente.. Al fin y al cabo la mañana se levantó espléndida y soleada. Casi me atrevo a decir que calurosa. Me hubiera quedado definitivamente allí, oyendo la nada, disfrutando de los rayos de sol, contemplando esos fantásticos monumentos que son Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, pero mis obligaciones me esperaban en Madrid.




Por cierto.....voy a seguir planchando. Hay cosas que no perdonan.

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