...o cómo es que todo lo que hacemos o decimos deja huella.
A lo largo de la consulta, entre catarros, alergias, conjuntivitis y diabetes siempre se cuela algún paciente con problemas emocionales.
El ser humano, en su dimensión más auténtica es un ser social y es en esas relaciones interpersonales donde surgen roces y desencuentros.
A veces, me gusta sugerirles relatos para poder meditar. Y en los problemas de pareja, o entre padres e hijos, este siempre me parece una buena elección.
Esta es la historia de un joven que tenía muy mal carácter.
Su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia, debería clavar un clavo detrás de la puerta.
El primer día, el muchacho clavó 37 clavos detrás de la puerta.
Las semanas que siguieron, a medida que el aprendía a controlar su genio, clavaba cada vez menos clavos detrás de la puerta.
Descubría que era más fácil controlar su genio que clavar clavos detrás de la puerta.
Llegó el día en que pudo controlar su carácter durante todo el día.
Después de informar a su padre, este le sugirió que retirara un clavo cada día que lograra controlar su carácter y demostrara paciencia.
Los días pasaron y el joven pudo finalmente anunciar a su padre que no quedaban más clavos para retirar de la puerta.
Su padre lo tomó de la mano y lo llevo hasta la puerta.
Le dijo: has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos hoyos en la puerta. Nunca más será la misma.
Cada vez que tu pierdes la paciencia, dejas cicatrices exactamente como las que aquí ves.
Tu puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero del modo como se lo digas lo devastara, y la cicatriz perdurara para siempre.
Una ofensa verbal es tan dañina como una ofensa física.
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